20100615

UNA EXPLICACIÓN PARA TODO, Darío Rojo


El primer peinado Leyendecker


En el principio la suspicacia dio nombre a los seres.

Después, en la perfecta conjetura del presente
perdimos el don del impedimento y alzamos este muro
en el que hoy se agolpan las más feroces banalidades.
Desde entonces una consumada incapacidad
comenzó a destinar nuestros mejores trajes
a minuciosos baños de inmersión, los mismos
con los que presenciábamos colosales partidas de bochas
con el único objetivo
de ocultar nuestra verdadera tarea en las ciudades:
la de acumular imágenes de asnos
que empujan objetos de un lugar a otro.

Fue ahí donde escuché decir: “El compás
previsto por Von Schwedler se cerró”;
entonces supe de inmediato
que el único privilegio que arrastraría hacia la costa
era el de la imposibilidad; pero no precisamente la suprema,
más bien la de perfil torpe y operativa en el desdén.

Por eso, aunque me entretenga observando
desde un periscopio de juguete
el resplandor de un horizonte artificial,
debo disculparme y decirte en lengua muerta:
vete; no tengo más hielo para ti.

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