20100706
SOBRANTES, Alejandro Rubio
Kurdistán
Cansados de mirar a través de las ramas
del paraíso la luna que seca y constante
emitía su luz como la antena
emite las ondas de Continental que en ese momento
narraban al andurrial las noticias
de la guerra contra los kurdos – nosotros,
cortados por la misma tijera en papel crepé,
muñequitos que la madre hace para que el niño
aprenda, si es posible antes que el padre,
el proceso en serie de la virilidad - ,
con el estómago lleno de humo y los dientes amarillos
nos tomamos el 96 hasta Ciudadela.
Nos sentamos en la estación a esperar
el último tren que debía traer
los cajones de uvas verdes para la loba,
la zorra, ésa. Como era delgado y frío
el aire que rodeaba los monoblocks a la distancia
de un disparo de 22, imaginamos
montañas donde moles marrones abultaban
y sobre ellas guerreros con las mejores pieles,
ésas que tienen las especies en extinción.
Detrás de una columna un chancho fumaba
y el escudo del uniforme se tocaba con los dedos
de uñas comidas por mala costumbre y por vicio.
Hasta que uno, el más sabio o el más tonto
o uno que no se sabía si era o se hacía
u otro, en fin, que se las daba de pillo
aunque era nabo, pronunció las palabras mágicas
y nos adentramos más hacia el este,
hacia el río de león que si no llevaba
un raviol llevaba un canelón.
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